A partir de los treinta o cuarenta años, la fibra capilar comienza a perder fuerza, brillo y volumen, surgen las primeras canas y la rarefacción entra en escena en mayor o menor medida. ¿Es posible combatir estos efectos con buenos hábitos y cuidados? Al consultar a un dermatólogo especialista tratamientos alopecia, se descubre que sí: reducir el estrés, cuidar la alimentación o utilizar productos que reviertan los efectos de la caída capilar son medidas eficaces.
En concreto, el uso a tiempo de minoxidil tópico, espironolactona o finasterida permite estimular el crecimiento capilar o actuar sobre las hormonas responsables de la caída. Los dermatólogos recomiendan actuar ante los primeros síntomas, pues el nivel de eficacia de cualquier tratamiento será mayor en las fases iniciales de la alopecia.
Porque «somos los que comemos», los expertos en dermatología recomiendan seguir una dieta orientada al cuidado de los folículos capilares. Lo anterior significa aumentar la ingesta de alimentos ricos en vitamina C (cítricos, brócolis, suplementos, etcétera), siempre en cantidades razonables y dejar de lado otros nutrientes, necesarios para lograr una alimentación sana y equilibrada.
Las malas prácticas están en el origen de síntomas cercanos a la alopecia, aunque en sentido estricto no guarden relación con este trastorno capilar. Las planchas a altas temperaturas, los peines y cepillos usados con agresividad o el empleo de ciertos tintes debilitan el cabello y provocan su caída en casos extremos.
Conforme envejece, la fibra capilar encuentra mayores dificultades para mantenerse hidratada. La aplicación de aceites naturales (sándalo, argán, etcétera) puede hidratar el folículo desde la raíz y evitar la sequedad del cabello.
El estrés y la ansiedad pueden, en sí mismos, desencadenar la caída prematura del cabello. Este tipo de alopecia, denominada nerviosa o por estrés, valga la redundancia, puede prevenirse con la práctica de meditación y deporte o la búsqueda de apoyo profesional.