Desde que dejé la casa familiar nunca he vuelto a tener una terraza como Dios manda. Como vivíamos en un primero, podíamos disfrutar de la terraza del edificio. Coincidió que los vecinos de puerta también tenían hijos pequeños y salíamos a jugar los tres amigos casi todas las tardes a la terraza. Jugábamos a las chapas, andábamos en bicicleta, un poco de fútbol, etc.
Pero aquellos tiempos no duraron demasiado. La comunidad decidió que había que hacer cambios. Se buscaron cerramientos bajos para terrazas y se colocó en el perímetro una cubierta para proteger de los días de lluvia y mal tiempo, que en aquel lugar era bastante habitual. Eso nos vino bien para seguir jugando en invierno o cuando llovía, pero el resto de los vecinos empezaron a protestar por el ruido.
Lo primero que nos quitaron fueron las bicicletas. Nada de andar en bici porque podía afectar al pavimento. Y puede que tuviesen razón porque nos cargamos algunas partes del suelo de la terraza. Luego nos dijeron que no podíamos jugar a fútbol. Y al final, se pusieron de acuerdo para impedir que la terraza fuese usada para juegos.
La verdad es que hasta que dejamos de salir a jugar pasaron unos años. Nos habíamos hecho un poco más mayores y tampoco fue un gran drama. Pero es que ni siquiera los adultos podían usar la terraza a no ser para limpiar o colgar la ropa. Recuerdo que un señor solía sentarse a la sombra debajo de los cerramientos bajos para terrazas a leer el periódico, sin molestar a nadie. Pues eso tampoco se podía hacer.
Lo último fue que nos obligaron a quitar las plantas. Los vecinos del primero teníamos todos bastantes plantas, sobre todo la familia de al lado, que parecía un selva. Era muy bonito, pero a los vecinos de arriba tampoco les gustó. Y fue el final de la terraza que pasó a ser un espacio totalmente desaprovechado.
Ahora que he pasado por varios pisos diferentes, la mayoría de ellos sin balcón ni terraza ni nada que se le parezca, echo de menos aquellos tiempos en los que tomar el aire casi sin salir de casa.