Albariño: ¿cuáles son las claves de su éxito?

Historia, universalidad y distinción son cualidades que sólo una minoría de caldos logran reunir. El vino albariño blanco es sin duda uno de los elegidos. Imposible mencionar uno solo de sus atributos como causa principal de su éxito, pues la respuesta se encuentra en una pluralidad de características.

 

Las propiedades organolépticas del albariño son, en primer lugar, únicas en muchos sentidos. Su sabor destaca por un gusto afrutado, balsámico especiado y floral, con un aroma uniforme y profundo que deriva en vinos de gran personalidad.

 

La diversidad es otra de las fortalezas de la uva albariño, pues los vinos elaborados con esta cepa pueden combinarse con otras variedades ilustres de Galicia, como la treixadura, la caiño blanco, la godello o el torrontes. Las posibilidades de estos coupages son prácticamente ilimitadas, y hablan en favor de la versatilidad del albariño para hermanarse con otras cepas autóctonas.

 

A diferencia de otras uvas, la albariño goza de una sorprendente universalidad. Pese a ser oriunda de Galicia, concretamente de Pontevedra, se cultiva en otras CC. AA. como Castilla y León, Cantabria o Galicia, así como en países vecinos como Portugal. Pero además, diversas naciones al otro lado del Atlántico también han abrazado esta variedad de uva: Argentina, Chile, Uruguay, Brasil o Estados Unidos (California), por mencionar sólo algunos representativos.

 

Cierto es que los vinos albariños están de rigurosa actualidad, maridando los platos más vanguardistas del sector hostelero. Pero este carácter moderno y joven esconde una larga historia que se remonta al siglo XII, momento en que un grupo de monjes de la Orden Cisterciense introdujo estas cepas en el Monasterio de Santa María de Armenteira de Pontevedra.

 

Sin embargo, otras teorías sugieren que la uva albariño acabó en la Península tras las migraciones germanas del siglo V. Como quiera que sea, esta selecta cepa forma parte de la Denominación de Origen de las Rías Baixas desde 1980.