Echar el cierre 

Cuando el negocio empezaba a mejorar llega un virus y me obliga a cerrar. Está siendo un año duro para muchos y por experiencia sé que quejarse no sirve más que para ralentizar el progreso. Quejarse es una manera de conformarse y echar balones fuera. Esto no quiere decir que no debamos reclamar nuestros derechos, pero al final, nadie va a venir a sacarnos del pozo cuando nos caemos: hay que buscar una cuerda y subir, y si no tenemos cuerda, trepar como se pueda.

Cuando tuve que cerrar el restaurante, me preparé para lo peor y me fue bien en este sentido: no actué como si fuera para dos o tres semanas, no: me dije que esto iba para largo. Pero no estaba por la labor de cerrar definitivamente un negocio por el que había luchado tanto. O por lo menos iba agotar todas las posibilidades antes de echar el cierre definitivo.

Me dije que el tiempo que estuviera cerrado al público aprovecharía para hacer todas esas cosas que siempre dejaba aparcadas por falta de tiempo. Una de ellas era hacer un rediseño del local. Desde hacía tiempo quería cambiar cosas del mobiliario, mejorar partes de la cocina y de la zona de la barra. Como no estaba la cosa como para contratar a nadie para hacer las obras y me parece que tampoco estaba permitido, me puse yo con ello: me lo tomé como un trabajo de 8 horas al día durante un mes. 

Por otros trabajos que tuve en el pasado tengo nociones de albañilería y nadie mejor que yo para saber cómo quiero mi local: puse persianas baratas nuevas, amplíe algo la cocina ganando espacio a un cuarto de almacenaje y pasé bastante tiempo eligiendo mobiliario nuevo para el comedor. Aproveché algunas ofertas que iban apareciendo y no me salió del todo caro.

Al final me lo planteé como una inversión. Todo lo que hice lo iba a hacer tarde o temprano y este cierre obligatorio me brindó la ocasión perfecta para comprar persianas baratas nuevas, que era algo que tenía pendiente, como todo lo demás. Ahora espero que el negocio vaya remontando con la ‘desescalada’.